Mariano Venancio fue el mejor actor del 2008, merecedor del Goya pero también del Globo y del Oscar por su papel de José en Camino de Javier Fesser, esa joya sorpresa tan valiente como sensible a la que todos agradecemos su invento. Venancio es un actor grande porque, además, se parece a los grandes. Es nuestro Jack Lemmon español, capaz de pasar de la comedia al drama, funambulista del sentimiento que huye hacia adelante en su composición para la posteridad de un San José sin portal pero que ve y graba a Dios. Autenticidad y suprarrealidad ante desconcierto e impotencia.
El amigo Alex de la Iglesia define mejor a este Presidente de los Estados Unidos del Mundo en su nueva misión: "qué delicia de personaje perfecto, débil, incapaz de enfrentarse a su mujer, porque la quiere y la comprende, en su dolor y en su locura. Qué increíblemente brillante el momento en que Mariano entra en la pastelería y reconoce al niño que ha enamorado a su hija. Cuando ves la carta de amor en el asiento del copiloto, y descubres en el contraplano a Mariano, feliz...".
Venancio está tan grande como el resto del reparto de Camino, la madre admirable Carmen Elías, excelente, que mucho me recuerda a Susan Sarandon, Jordi Dauder absoluto, como en el cine de Ventura Pons, que cuestiona el casting de El exorcista construyendo todo un discurso de ideología, Manuela Vellés, la ausencia, más que actriz revelación, íntima y tensa que puede hacer una tesis sobre la relación con sus padres de ficción —recuerdo también Caótica Ana—, y Nerea Camacho, total, —capaz de seguir aguantando su papel hasta en una serie— que barre a las chicas de Pequeña Miss Sunshine y Juno de un plumazo. Esperemos que de este párrafo al menos caigan tres Goyas: será síntoma de la salud espiritual de nuestro cine.
Para más sobre Mr Venancio, entrevista reciente en la revista de la AISGE.