Tarazona Browning



Hoy me he escapado a Tarazona para charlar con el profesorado sobre Freaks, la lindeza de Tod Browning, todo un melodrama de mundos antagónicos y relaciones imposibles. Freaks, bellos todos. Y qué inquietante el cartel rasgado, los títulos rotos cual ojo becerro de Buñuel. Freaks, prometo no tener miedo a lo desconocido.
Y cuánto le influyó a David Lynch, no sólo para El hombre elefante, sino también en cortos como The amputee, además de Tim Burton en juguetes como Batman vuelve o Big Fish. De Browning —que fue una pieza de cuidado, como tantos otros de la meca del cine en esos tiempos— recuerdo el pavor de Muñecos infernales y la historia gore y fou de Garras humanas, qué barbaridad, superando el ralentí de La marca del vampiro.
Bueno, pero Tarazona estaba bonita y limpia, con una gran bandera insignia en su plaza plaza y vírgenes en las esquinas, cerquita de la farmacia. A mi amigo Ant Saz le gusta la estatua de Han Soria, Paco Martínez Solo, por Han Solo, fiel emblema de Star Wars, pero yo siempre he flipado con su cipotegato espacial —por sus tres dimensiones—, y por la boutade de la fuente del parquecito junto a la policía, esa del cisne (ci-ne) que escupe directamente sin rechistar y a chorro en la cara de un niño Jesús verde verde. Tarazona estaba bonita y limpia, todo gracias al acierto festivalero de Raúl Gª Medrano y Juanjo Nogué, porque volver a Tarazona es recordar su festival de cine, y con él los clásicos, y con ellos, la obra del perro de Browning.