
A Alberto le conocí en el Gandaya, viendo películas de Godard. Años más tarde y entre semana nos hicimos amigos, en tardes serenas de cine español con Borau, Picazo y otros clásicos. Sus prominentes ojos en transparentes gafas fue lo primero que me llamó la atención cual cruce de personajes del divertido Blake Edwards y del enigmático Roman Polanski. Con temperamento y pasión, Alberto gestionaba y, sobre todo, como bien afirma una de sus sobrinas en el trabajo que nos ocupa, invitaba y dinamizaba, porque a Alberto le gustaba definirse como “un animador cultural”, que es lo que sobre todo era, entusiasta, vivo, cómplice, camarada, abierto y, sobre todo y a mi entender, amable. Alberto Sánchez fue un sabio que supo sacar lo mejor de lo cotidiano, conviviendo amable con su entorno, inconformista, intuitivo y vanguardista. Todo ello queda perfectamente retratado con el lúcido tono y la estupenda narrativa que ha impreso Vicky Calavia en el documental Alberto Sánchez. La proyección de los sueños.

Este documental testamentario se muestra en todo momento luminoso, por mucho fantasma que aparezca en patio de butacas o merodeando entre libros, por muchos recuerdos de infancia con sombras y cámaras oscuras, porque Alberto Sánchez. La proyección de los sueños no es una historia de espectros cotidianos, sino un alegato a la vida y a poder hacer cumplir los sueños. Cierra la pieza una reflexión de Alberto de cómo el cine ha transformado los sueños y las imágenes del hombre y la mujer modernos. Como asevera Walter Benjamin, "soñar forma parte de la historia". Alberto ayudó a construir la mirada del cine aragonés, pero también apostó por hacer posibles muchos de esos sueños. Prueba de ello es este documento. Gracias, Alberto. Gracias, Vicky.
