¿El padre de ella? Sobre la taquillera 'Ocho apellidos vascos'


La mayor de las bazas de Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez-Lázaro, 2014) —película española más vista de la Historia y cinta en español que más tiempo consecutivo ha logrado permanecer como número 1 en las salas— es la simpatía de un reparto dotado para la comedia —Karra Elejalde, Carmen Machi, Clara Lago y Dani Rovira en su estreno, a la altura del equipo y con ecos a Paco León—, para mí un más que correcto casting que sabe transmitir con cariño y mínima complicidad la humanidad de sus personajes. Me alegra ver que el cine español funcione en taquilla, algo que se podía vaticinar tras los éxitos de la francesa Bienvenidos al Norte (Dany Boon, 2008) y su remake italiano Bienvenidos al Sur (2010, Luca Miniero), el conflicto Norte-Sur como protagonista para el juego de estereotipos. Pero sobre todo, en la doble autoría de Ocho apellidos vascos, asistimos —por motivos de producto— a un cada vez más reverente Borja Cobeaga en el guión —junto a Diego San José— y a un cada vez más sereno Emilio Martínez-Lázaro en la dirección.

Así mismo, la nueva fórmula de Telecinco para el largo ha funcionado porque nuestro público es más fiel a la sit com y a su cultura de gags que a los riesgos y bastardías del género, por mucha actualización costumbrista se haga tras la consabida reeducación de la sátira al amparo de Vaya Semanita o Muchachada Nui. El choque de trenes cultural y geográfico convive con el desarrollo argumental de la lucha de sexos en la neocomedia romántica de Hollywood que tan bien homenajea Cobeaga. Algo que Billy Wilder presentó como hecho sociológico y que el autor de Pagafantas (2009) supo reescribir, pero que en esta cinta top me deja cada vez más frío que atrapado por el enredo, porque ¿dónde queda nuestra fierecilla indomable a medida que avanza la película? Si la comedia es el género por excelencia para la subversión de convenciones y valores, ¿no requería la propuesta más ironía, frescura y mordida?

Demasiada intimidad bienpensante la finalmente acordada. Porque más allá de cuestiones de estilo, tono y ritmo, la amabilidad de las postales de Ocho apellidos vascos habla de nuestros paisajes de una forma tan plana que adormece cualquier posible ruptura que hiciera subir el alma al espíritu de la insatisfacción y de nuestros sueños. Porque aquí las realidades sociales son una excusa para la comedia y su situación, y no una palanca. Porque si Frank Capra orquesta finales burgueses y políticamente correctos para el establecimiento del status quo, ahora el happy end y coro de la penosa boutade de Los del Río ¡en pleno siglo XXI! estigmatiza cualquier salida, cualquier azahar que mujeres shakesperianas y rebeldes hubieran ingeniado para un final nunca sumiso al amparo de un Lubitsch, Sturges, Cukor o Hawks. Porque los tiempos piden menos 'padre de ella' y más 'hija de él'. Porque los patriarcados ya fueron dinamitados por los clásicos y no es cuestión de dar más concesiones ni a misoginias ni a tradiciones.