‘La novia’ de Paula Ortiz, una metáfora maestra


Rodada en parte en la provincia de Huesca —el Monasterio de Casbas, el Temple, la alberca de Loreto— junto a la Capadocia turca, Paula Ortiz estrena ‘La novia’ esta semana en la sección Zabaltegi del Festival de Cine de San Sebastián, adaptación de ‘Bodas de sangre’ de Federico García Lorca con próxima parada en las Noves Visions de la 48ª edición de Sitges, Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya.

www.diariodelaltoragon.com La luna, la tierra, el caballo, el jinete, la sangre… Quintiliano decía que las metáforas se creaban para mover los espíritus, dar relieve a las cosas, y hacer imagen de la palabra. ‘La novia’ de Paula Ortiz toma claramente este camino y consigue las tres cosas. Así ha sido su apuesta y la brillantez de su resolución, aportando lo que sugería Stefano Arduini sobre la metáfora: “el mundo se nos presenta distinto porque no se ha añadido solo una nueva expresión, sino con ella, una parte de realidad dada a través de la expresión”.  
El mayor de los logros de ‘La novia’ —que son muchos e innovadores— es el compromiso y empeño de la propia Paula Ortiz en ser fiel tanto al espíritu de Federico García Lorca como a ella misma, consiguiendo construir una obra tan rica como sugerente, leal a su propia voz como cineasta, algo que en narrativas y estéticas otorga a la cinta ritmo, tono y estilo brillante, haciendo ya de su segundo trabajo un lúcido y precioso paisaje humano.
Un brindis de universos, imaginario lorquiano junto a la iconosfera de Paula, fruto de lecturas y visionados, trabajos y empeños. Grandes ecos en esta película pensada para pantalla grande: Pasolini, Antonioni, Malick, etc. Frente a los maestros, lo que en el cine actual es licencia, en ‘La novia’ es coherencia y virtud, una resolución original y moral, culmen en el pasaje —no desvelo más— del triángulo amoroso con el ‘Pequeño Vals Vienés’ de Leonard Cohen, toda una perla; o la elegancia de un punto final del film por el que suspiraría el grueso de la industria americana.
Ortiz ha masticado y digerido el libreto haciéndolo propio. Lo que para algunos puedan ser las propuestas más arriesgadas, para el que suscribe son audacias y logros, intuiciones que son certezas, mostrando un cine vivo, libre, rabioso y bello, que engancha y sugiere, una sacudida a vísceras y retinas para reflexionar sobre nosotros mismos, sobre lo más profundo de nuestra sociedad. Porque como en los personajes de Paula Ortiz, mirarse en el espejo es ir más allá: es revisitar nuestro pasado, nuestra memoria, ser concientes de cada cicatriz, de cada duelo y de cada sueño, de cada amor.

Una historia loca, de amor  

Ian Gibson decía que Lorca “fue un revolucionario cristiano y gay que no creía en Dios. Un revolucionario con la misión de abogar, desde sus obras, por el amor total”. La obra lorquiana se alimenta de obsesiones. Para Federico, el amor es una fuerza de la naturaleza, un impulso dionisíaco que Paula Ortiz sabe mostrar como constelación, un ‘amour fou’ propio de personajes-astro, atraídos, en órbita y gravedad, por sus diversas y complejas fuerzas, una tensión amatoria telúrica y dramática claramente escrita en la pantalla, mostrando a su vez la complejidad de venas y vasos que encierran sus protagonistas.
De ‘El cazador’ de Michael Cimino a ‘Melancolía’ de Lars von Trier, ‘La novia’ se suma al listado de grandes películas con boda, que conjugan a su vez con violencia, desasosiego y otros desastres cual funeral. Vida en las fronteras, de western, donde el paisaje es otro de los personajes omnipresentes, y donde la excelente banda sonora de Shigeru Umebayashi —‘Deseando Amar’, ‘2046’, ‘La Casa de las Dagas Voladoras’— redondea el placer para los sentidos, junto a envolventes canciones populares de mano de Carmen París, Soledad Vélez y Vanesa Martín.


Un reparto también de Goyas  

‘La novia’ cuenta con un reparto magnífico, triángulo protagonista formado por Inma Cuesta, Alex García y Asier Etxeandía, acompañados de Luisa Gavasa, Carlos Álvarez-Novoa y Leticia Dolera —ya presentes en ‘De tu ventana a la mía’— con inteligentes y sólidas incorporaciones como la de María Alfonsa Rosso, Manuela Vellés o Ana Fernández. Si bien la solvencia de Inma Cuesta es innata por la que fluye y transita amable toda la película, la interpretación más redonda es la de Asier Etxeandía, excelente en su composición y gestualidad, perfectamente completada con Luis Gavasa, su madre en la cinta a mayor gloria de Edipo.
La representación de sus personajes no es sólo psicológica, también es sociológica. Como hiciera Patrice Chéreau con ‘La Reina Margot’, ‘Bodas de sangre’ sirve a Paula Ortiz para ayudarnos a reflexionar sobre nuestro presente, sobre la quimérica posibilidad de la reconciliación, ya sean pueblos o familias, amigos o amantes.
Si Pilar Miró marcó un punto de inflexión con ‘El crimen de Cuenca’, Paula Ortiz —que recibió el premio que lleva su nombre en la Seminci de 2011— consigue otro, construyendo un nuevo escalón dialéctico con el rescate de estas ‘Bodas de sangre’, con pocas similitudes a versiones anteriores. Aunque se trata de una película inteligente y dura, de esas que invitan al espectador tanto a experimentar como a madurar, ‘La novia’ también es una cinta bella y mágica, fantástica. Quizá como ejercicio de supervivencia, escapatoria ante tanta tragedia. Quizá porque Paula Ortiz ha sabido conjugar muy sabiamente una metáfora maestra, crisol de tradición, relatos y cine en estado puro. / Carlos Gurpegui