En España se puede acercar a las propuestas de Fabio McNamara y Luis Miguélez, su Glitter Klinik, así como a los sonidos con moraleja de Carlos Berlanga, incluso al cóctel romántico de un Manuel Alejandro, y al desengrase versioneado de Amistades Peligrosas para su directo party en parodia, con grandes dosis de reciclado underground americano a lo John Waters y la Warhol Factory. Estético y filosófico, Dani Umpi se cataloga como “un collage de diferentes lenguajes”, gozándola en la multitasking, la definición más honesta para presentar su mixta labor entre la letra y la música, la plástica y la escena, composición de un personaje “por momentos grotesco y bizarro, a veces fino con guiños a cosas más específicas”, tal como la vida misma. Es por ello que el espíritu de sus composiciones bebe y vive de la tragicomedia, entendida como catarsis revivida, un Ave Fénix reciclada y sentimental.
La paradoja como laboratorio
En el mundo Umpi se muestra un discurso sabio y sutil sobre el cosmos de las relaciones humanas —“la luna llena acelera el proceso de nuestras asperezas ensamblándose entre nubes de electrones dilatándose balanceándonos en la balanza de torsión”, canta en ‘Atracción’—, camuflado bajo el lúdico maquillaje de la provocación, el amor y lo cotidiano, lejos de narrativas manidas, cerca del juego y el experimento pop de sus músicas —más la tropicalia brasileña—, con melodías que encierran y presentan pasajes henchidos de modernidad y primitivismo, biográficos y generacionales, entre la barbarie y lo bailable, entre la experiencia y el lúcido capricho, para querer hablar, simplemente, sobre la felicidad.
Son sus textos excelentes letras repletas de spark. “No me desespero, no seré esa monstrua indie que te gusta idolatrar. Y no te pediré perdón, no vengaré mi amor. Yo te ignoraré, sabés yo no te asesinaré”, reza en ‘Mi Charles Manson’, o “tampoco seré un ninja esperando de rodillas volverme un samurai”, exclama en ‘Yo me haré a un lado’. Nutrido de lo que algunos llaman géneros menores —de los libros de autoayuda a los best-sellers, pasando por el prensapuré del esoterismo para unos ligero—, Dani Umpi lo entiende todo como “un mal gusto consciente y elegido”, fiel a la tradición queer y al espíritu del under, dotando de gesto moral cualquier postura ensayada con ambigüedad.
“Lo hago todo con conciencia”, apunta, a la vez que traza luces y sombras del crecer y vivir con humor y empatía creativa. Sin lugar a dudas, Umpi ha construido una propuesta cultural única en su estilo sincero, al refugio de la desnudez, una particular poética para otra mitología de la periferia, un sabio científico del ruido, muy cerca de lo que Freire llamaba realismo esperanzado, porque “la verdadera realidad no es la que es sino la que puja por ser”, algo de lo que sabe un rato largo nuestro sentido uruguayo. Carlos Gurpegui