Dos se enamoran juntos: 'Nuestros Amantes', de Miguel Ángel Lamata


www.diariodelaltoaragon.com Dos se enamoran juntos. Si ambos quieren, claro. Como si fuera un western, nuestros protagonistas se conocen en una cantina, La Bendita —más cercana, eso sí, a Tarantino que a Hawks— y desde ahí caminan descubriéndose paso a paso, escena a escena. Pero claro, la película es una comedia, no una del Oeste, aunque guarde resoluciones de estilo —por la calle Alfonso de Zaragoza, entre otras— que recuerdan esos planos fordianos de James Stewart junto a Richard Widmark, ojo, bajo la filosofía Hitchcock, la que decía que dos personas que se aman nunca se separan de plano.

Nuestros Amantes, que clausuró el pasado Festival de Málaga de Cine Español, tiene mucho de la ilusión primera del que fuera director de Zíngaras Teatro, que un día no muy lejano —entre inspiraciones y adaptaciones— quería ser director de cine. Una de las lecciones de la película es la renovación que supone. La nueva comedia para el rescate del cine (español) vendrá de la mano de quienes lleven el género a su propio terreno, a su voz como autor, lejos de servidumbres televisivas, fáciles, previsibles o de mercado, sabiendo crear un universo propio, y transmitiendo la esencia de la comedia: una forma de ver la vida y de estar en el mundo.

A más, el director aragonés Miguel Ángel Lamata siempre ha sido un comunicador nato, a la par que un lúcido e irónico humanista, cultivado por el cine clásico, a la par que un hijo de su tiempo en visionados y preocupaciones. Las virtudes y la honradez de Nuestros Amantes provienen de la alta comedia romántica de Hollywood —Lubitsch, Capra, Cukor—, esa que construye personajes memorables y hacen del enredo su resolución estrella, así como de la corriente europea más creativa dedicada a ensayar nuevas historias cotidianas sobre un territorio emocional concreto.


Nuestros Amantes fue rodada en Zaragoza, Teruel y Boltaña en primavera y verano del pasado año. Si los Apellidos Vascos presentaban planas estampas turísticas del paisaje, Lamata rueda para Aragón edificando un entorno —natural, arquitectónico y de rincones— que respira e inunda todas las escenas, dotándolas de credibilidad y referencias tanto para el espectador como para el cinéfilo. Una ciudad con rastro y rostro, una naturaleza en parque y Boltaña para ejemplificar discursos brillantes de sentimientos todavía escondidos. El ‘chico conoce a chica’ —y al revés— queda geolocalizado en la esfera de lo público, posibilitando un tiempo para las confesiones, donde urbe y vegetación hacen de testigos roussonianos del eterno love story.

Lamata establece una recreación de ambientes que presenta al personaje en todo su hábitat y esplendor, para ‘entenderlo mejor’ y presentarlo como merece. Y también para poder quererlo más, pues como hace Milos Forman con sus protagonistas —sean buenos o menos buenos—, el director los ama y salva con todas sus incoherencias y defectos.  Si el tratamiento de los escenarios tiene sus ecos en el cine de Woody Allen —los amigos recordamos la Jam Session de Lamata—, no menos son sus diálogos —sencillos, brillantes y sabios—, desde el comienzo al final de la cinta, coherentes con el desarrollo y la dramaturgia, ricos en frases lapidarias suavizadas para el tono del film, apostando por un humor brillante que hace de la empatía y la complicidad sus mejores aliados para la inteligencia del espectador. La olvidada variable ‘sorpresa’ es otra de sus bazas, sabiamente incorporada en su fresca trama.


En Nuestros Amantes, el romanticismo a veces shakesperiano se funde con una procacidad manifiesta, en perfecta conjunción astral. Los macguffin en el sarcasmo entre Capote y Bukowski, o el de Mema y Lerda —a mitad de camino entre los hermanos Farrelly y David Lynch—, resultado del mundo más terrenal y sanchopancesco generado por un arriesgado y brillante Fele Martínez que parece sacado de El Jueves, sirve de contraste a los ideales amatorios en el reseteo del ‘volver a empezar’ de una magnífica y más que creíble Michelle Jenner —que seguro va a dar muchas más alegrías a nuestro cine— junto a un generoso, versátil y elegante Eduardo Noriega —presentado en plena encrucijada sentimental y laboral—, para dejar a Gabino Diego y Amaia Salamanca —perfecta en su papel— el rol más mundano, asumiendo los roles más conflictivos en esta particular tragicomedia. María José Moreno y Jorge Usón completan el reparto con gran solvencia y verdad.

Bajo la bella banda sonora de Roque Baños, la canción de Bunbury o la partitura de Schubert, los caracteres de este quinteto protagonista reaccionan con diferentes químicas, perfectamente hilvanadas y cosidas con las mismas dosis de palabras que miradas. Creo que el alter ego de Miguel Ángel Lamata no es sólo Eduardo Noriega, son los cinco personajes, cuyas voces reflexionan sobre las preocupaciones de todos nosotros, de quienes apostamos —y anhelamos— ser felices.


Nuestros Amantes es un brillante juego cinematográfico a la par que un canto sincero a los sueños y deseos. En el universo de Lamata, la lealtad se dirime, el perdón es posible, y sus personajes se resitúan en el tablero de la vida gracias a la autenticidad más profunda, en contra de los postureos más necios y mediocres. Amor, humor y subidón, la película da ganas de verla otra vez pero, sobre todo, de que tenga una segunda parte y sepamos cada vez más de Nuestros Amantes, una fábula naïf que invita a mirar al otro, a la otra, con ojos de Hada Chalada, o como haría Audrey, con mirada de ángel, entre las pupilas de Michelle Jenner. / Carlos Gurpegui