“Se sueña con regir el destino, pero el azar siempre acecha” (Entrevista a Ramón Acín por "El tamaño del mundo")

www.diariodeteruel.net  Ayer tarde el escritor aragonés Ramón Acín presentó en el Museo Pablo Serrano de Zaragoza su nueva novela "El tamaño del mundo", de Editorial Doce Robles. 


—“El mundo son los otros”. ¿Qué tamaño tiene el mundo para su protagonista Julián? 
—Todos somos, en realidad, lo que los demás piensan de nosotros. Es más, incluso actuamos y nos comportamos en función de los demás. Queremos que nos quieran, queremos caer bien y poseer una imagen perfecta. Por eso, el tamaño del mundo no depende de dimensiones, sino de interioridades. El tamaño está en tu corazón y en el corazón de las personas que nos rodean. Algo que parece metafórico, pero que tiene mucho de realidad. Somos en los demás, por una parte, pero también somos la mezcla entre lo que hemos logrado ser, lo que hemos querido ser y lo que podríamos haber sido. Ahí está el dilema: encontrar el punto medio y lograr la felicidad, si existe.

—Decía Rilke que la verdadera patria es la infancia. 
—Supongo que te refieres al mundo personal. Sí, la infancia marca para bien y para mal. Es el paraíso perdido al que nunca se vuelve, pero que sirve de manantial para muchas cosas. En cualquier escritor pueden encontrase retazos de ese paraíso. En mi caso, como casi todas las personas que dejaron atrás ese mundo feliz y que, además, cambiaron de territorio, ese paraíso existe en el Pirineo donde nací. Un espacio clave, sin duda, en la mayoría de mis novelas, visible en el paisaje y paisanaje, en las formas de vida y cambios de perspectiva. Visto, claro está, siempre sin nostalgia. Tal vez, con un pelín de melancolía, pero sin nostalgia porque las cosas suceden y son como son, distintas, por lo general, al deseo personal.

—Héroe y antibelicista, su tío Pedro le aconseja cómo acercarse al curso de la vida. ¿Es también novela de aprendizajes? 
—La novela es, por supuesto, antibelicista. El tío de Julián, protagonista de la novela, fue arrancado, como soldado de leva, de su tierra y llevado a Cuba a luchar contra los mambises y, en este transtierro y en los combates, comprende que la guerra es un juego para los militares y un enriquecimiento para quienes las piensan y preparan. Es la primera enseñanza que da a su sobrino que, al ser niño, está comenzando el aprendizaje de la vida. En ese sentido, sí, la novela es una novela de aprendizaje, pero hay mucho más. Se habla de la familia, célula esencial en la formación para la sociedad. Se habla del territorio rural y sus problemas, principalmente de los sucesos y de las actuaciones que cambian su faz. Se habla de las relaciones interpersonales... Hay varias posibilidades de enfoque.

—Sobreviven a la guerra de Cuba, la guerra civil… Y ahí siempre el destino, el azar que lo dicta todo. 
—Claro, se sueña con regir el destino, pero el azar siempre acecha y cambia los deseos, las quimeras y los propósitos que mueven la existencia del ser humano. La lucha es continua, a caballo de las circunstancias tanto interiores como externas, tanto personales como sociales e históricas. Y la guerra es una de ellas, potente y trágica, por lo general. Es lo que sucede en “El tamaño del mundo” cuando Julián, tras cumplir varios de sus sueños y propósitos —como formar parte del cuerpo de carabineros y formar una familia henchida de felicidad— se ve engullido por la vorágine de la guerra. La felicidad se torna tragedia, los logros devienen en fracaso y la felicidad en dolor, sinsabores y desencanto.

—De nuevo Monte Oscuro, en Sobrarbe, un espacio moral y personal, álbum de familia, red de redes. 
—Sí, Monte Oscuro es un espacio inventado, pero tiene mucho de real. Lo que sucede en Monte Oscuro puede suceder en cualquier valle pirenaico, en zonas de sierra e, incluso, en villas o pequeñas ciudades de una provincia. Quizá cuadra más con la zona del Sobrarbe, pero tiene de muchos sitios. Es como mi ”Macondo” por robar la idea de García Márquez. En literatura es normal la existencia de estos espacios ficticios que tienen mucho de real. Sin ir más lejos, en Teruel esta el caso de “Crespol”, creado por el turolense Giménez Corbatón. Son espacios que permiten aglutinar paisanaje, paisaje, costumbres, modelos de comportamiento sin caer excesivamente en el localismo. Y espacios que permiten escenificar redes de relación interpersonal, familiares y sociales con una atmósfera creíble y, cuando menos, aplicable.

—Ahí conviven personajes y creencias en una sociedad más que cerrada, ¿hasta dónde rigurosa y hasta dónde ficcionada? 
—La sociedad agropastoril de los primeros cuarenta años del siglo XX era una sociedad cerrada que, sin embargo, comenzaba a resquebrajarse. Es muy novelesco observar como se realiza esta transición de un mundo tradicional y cerrado a un mundo abierto y moderno, qué sucesos la cuartean, qué situaciones la cercan, qué golpes la cambian. En el Pirineo, sin ir más lejos, la sociedad tradicional se va derrumbando poco a poco mediante la aparición del tren hasta Canfranc, la abertura de los ejes carreteros, las obras hidráulicas... o el turismo. Y, por supuesto, la guerra civil que se cebó en Aragón de manera muy espacial partiéndolo en canal. Otro tanto acontece con las formas de estar en el mundo, las creencias en las que sustentó la vida pirenaica a lo largo de los siglos o la economía que permitió su existir bajo el ancestral concepto de la “Casa”, tan del Pirineo. Todo un conjunto de fotografías, ya ajadas y marchitas, que, sin embargo florecieron y brillaron desde la noche de los tiempos hasta hace unas décadas.

 —También el bello texto nos acerca al abandono de los pueblos y éxodo a las ciudades. Un tiempo épico. Cambian las gentes, y con ellas el mundo pirenaico. 
—Sí, es el principal telón de fondo en esta novela y de otras historias mías ya editadas. Y es normal dar fe de ese cambio. En especial se produce en los escritores que provienen del mundo rural. Llamazares, Mateo Díez, Alfons Cevera, Giménez Corbatón, entre otros, cada cual a su manera, dan fe de ese abandono masivo de la España rural (por supuesto de la España del interior) para engrosar las ciudades o la costa. Un fenómeno que ha sido novelado antes que observado desde el ensayo de divulgación que tanto eco tiene ahora con libros como “La España vacía” de Sergio del Molino o de “Los últimos. Voces de la Laponia española” de Paco Cerdá, por poner dos ejemplos en boga.

—La visión de las nuevas ideas, los nuevos tiempos llaman a la puerta. ¿Hay choque de trenes?
—No, hay simple transformación. Y como tal, pues, cierto ruido y un poco de confusión. La vida sigue y se renueva. Lo único es que hay que dejar constancia de cómo fue esa vida durante ciertos momentos de la historia.

—En “El tamaño del mundo” amor y dignidad se entrecruzan. ¿Qué cantos recoge la novela? ¿A la libertad, especialmente? 
—Creo que en su seno están presentes, al menos estaban en mi cabeza al escribirla, ideas como la potencia de las fuerzas del azar, la necesidad de buscar un lugar en el mundo sin abandonar la ética, la firmeza constante en la dignidad personal, la importancia de resistir ante la adversidad, la pelea por la libertad, la búsqueda de la solidaridad, la resistencia ante el fracaso... en unas circunstancias concretas vividas por los personajes, circunstancias fácilmente extrapolables. Otra cosa es haberlo logrado.  /© Carlos Gurpegui