TarotParty (II): 'Mauricio forever' (sobre Mauricio Aznar, Heraldo de Aragón 13/10/09)

El día después de la Ofrenda tiene un punto testamentario. No hay más que ver las flores comenzando lentamente a marchitar. El 12+1 es para el que se podía encontrar entre bici y guitarra, y quien fuera mi pareja de ping-pong y dominó, que no de billar. Mauricio Aznar es el segundo profeta del buen rollo de esta Metrópoli del Amor Humor, como decía Nacho Cano. Enviado por los dioses de la música y pseudobeatificado con timidez por sus compatriotas de pedal y calzada, Mauricio apostó —entre miles de causas— por la Fiesta de la Hispanidad del eterno ‘docedeoctubre’, excusa perfecta para transformar barbarie ibérica en lazos filiales con el continente hermano. Todos sabíamos de su amor al pop-rock, su salto al tango, y de allí a la milonga. Con Müller de segundo apellido, estudió cinco años de alemán, cuatro de solfeo y dos de piano. Fue cartero del Casco Viejo y camarero en el Kezka. Trabajó haciendo madrugadas y pan en el SYP, y también como restaurador de monumentos de piedra, como la Puerta del Carmen, la Audiencia o el Museo Provincial. Entre sus salas fetiche, la antigua Casa Lac y La Campana, sabidas por todos. Ayer le recordaba con duelo y orgullo.

"Aplaudo la expansión de estos ritmos que no nacen de la academia, sino que se han acrisolado en el anonimato familiar hasta florecer en un canto, una poesía y una danza que consiguen asombrarnos hoy en día, en medio de toda la mediatización del comercio de la insubstancialidad en el ocio la cultura", afirmaba. Trajo zambas, chacareras y rezabailes del Estero para alegrar las noches pilaristas. Tocaba libre en calles, plazas y jardines para quien quisiera escuchar. Un justo Juan Bolea de concejal le supo apoyar. Voz, talento y mirada, Mr. Aznar es de los que afirmaba que la sonrisa nos acercaba a la divinidad, gran recordatorio para el cosmos disgustado y de provincias de la Zaragoza avinagrada y cañí. Fui su amigo y oficina musical en sus cinco últimos años. Con él reforcé la máxima moral de reír y ser feliz. Estoy con Fernando Trueba de renegar de quienes apuestan por la cultura de la queja como ley de vida. Porque la sonrisa es un estado del alma, a mantener todas las lunas. Sus arcanos están para recordárnoslo: “voy a apostar fuerte mientras pueda”. Como dice mi señora sobre Mauricio, ‘un puñetero crack’.