‘La piel que habito’: De naturalezas y venganzas


Lo mejor de Almodóvar es que hace la película que le viene en gana. Y ese inconformista atrevimiento es toda una virtud. Aunque cuenta con ‘Los ojos sin rostro’ de Georges Franju como importante referente, ‘La piel que habito’ es el film más hitchcockiano del manchego, tanto en suspense y vuelta al pasado, como en obsesiones y primeros planos, mansiones, trajes de etiqueta, escaleras y alcobas, música y Pigmalión, su principal motor junto al vengativo. Pero a diferencia del inglés, Almodóvar imprime en sus protagonistas grandes dosis de fragilidad, disección y vulnerabilidad moral que pone en guardia al espectador en un marco de naturaleza tan exuberante como muerta. En su también eco Hammer, aparte del castillo como protagonista y los sótanos quirófanos como inframundos, asistimos a un enroque donde los trasplantes de cerebro propios del mad doctor —el Terence Fisher de 'Frankenstein must be destroyed'— quedan conmutados por un práctico y contundente cambio de sexo.

De todo es sabido que Pedro recrea el tiempo de las confidencias como nadie. Con un gran reparto, lo que diferencia a sus personajes de los de Hitchcock es que, aun tratándose de víctimas, o mueren o no tienen a nadie que les salve de los infiernos cual Eurídice, y son ellos, él, ella, Vera, la única superviviente, vengativa destructora capaz de levantarse sola, huir y poder contar su propia historia. Si en ‘La mala educación’ su final era fúnebre, aquí un elegante Almodóvar actualiza con otro género su ‘¡Átame!’ y el ‘Resistiré’, mostrando al hombre-mujer con horror esperanzado en un contexto cybergótico, igual que en la resistencia nazi, pero con otro psicópata suelto.



© Carlos Gurpegui 2011