(Fragmento de entrevista realizada a José María Latorre www.jmlatorre.com en 2004 para la Revista Cabiria, Cuadernos Turolenses de Cine)
—Más o menos como
siempre, pues desde los principios del cine se han adaptado novelas: la mayor
parte de las películas que se han rodado y se ruedan consisten en adaptaciones
de novelas y cuentos; lo que sucede es que sólo se habla de ese tema cuando la
novela es muy conocida. ¡Incluso El mundo en sus manos, de Raoul Walsh, está basada en una novela! Los cineastas
buscan temas y argumentos en los libros: compran los derechos por las ideas
porque hay tanto consumo de imágenes que necesitan continuamente ideas! Hubo
una época en la que esto me molestaba mucho y solía decirme a mí mismo por qué
no se preocupaban por idear, por crear ellos. Lo malo es que eso ha acabado
generando una raza de novelistas, en especial estadounidenses, que ya escriben
pensando en el cine. En este sentido es obligado decir que las novelas
populares de hace unas décadas —sobre todo en las décadas de los veinte,
treinta, cuarenta y cincuenta— eran mejores que las de ahora. No es una
cuestión de esnobismo: Edna Ferber o James A. Michener eran mejores novelistas
que Michael Crichton, Harold Robbins o Ken Follet. Y eso por no decir que
excelentes novelistas literarios como John Dos Passos o Sinclair Lewis vendían
también mucho. Hoy, eso sería impensable porque el público lector parece huir
de la literatura y busca la ligereza más publicitada.
—¿Cómo es el momento que atraviesa el cine a comienzos del siglo XXI?
—Para mí, todo eso de los años no tiene demasiada importancia, sólo es una forma de medir el paso del tiempo, arrancar páginas de un calendario..., no creo que por el hecho de que el siglo tenga otros números deba ser forzosamente mejor o peor, y estoy lejos, muy lejos, de mirar admirativamente el siglo XXI, del mismo modo que no miro así el XX. Me hace gracia oír ese latiguillo de ‘¡y eso que estamos en pleno siglo XXI!’..., o, antes, en el XX, como si en otros siglos hubiera habido una humanidad bruta e inculta, borrando de paso el Renacimiento y la Ilustración. En cualquier caso, no soy optimista. La verdad es que no lo soy en casi nada. Pero habría que hablar de dos cosas: una es el cine que se rueda y otra el cine que se ve, en general. Si hubiera que regirse por esta última, mi opinión sería todavía peor porque hay una alarmante falta de creatividad y se proyectan muchas películas que ni siquiera deberían existir.
Hasta hace relativamente poco tiempo, en las películas había problemas humanos, en ellas salían personas de todas las edades, y ahora cada vez hay más efectos, menos personas auténticas —sólo estereotipos— y jovencitos y jovencitas a menudo descerebrados. Creo que se ruedan demasiadas películas pensadas sólo para el público de menos edad, quizá también porque los de mayor edad están dejando de ir al cine..., o han dejado de asistir a las salas de proyección, lo cual, bien mirado, casi es lógico, vista la oferta de las carteleras. Si, al contrario, hablamos del cine que se rueda, es cierto que todavía hay películas con interés, pero una buena parte de ellas no llegan a los cines españoles, y si llegan no alcanzan el reconocimiento que merecen. El público les vuelve la espalda, aunque eso mismo está sucediendo, como decía, con la literatura.
—¿Cómo es el momento que atraviesa el cine a comienzos del siglo XXI?
—Para mí, todo eso de los años no tiene demasiada importancia, sólo es una forma de medir el paso del tiempo, arrancar páginas de un calendario..., no creo que por el hecho de que el siglo tenga otros números deba ser forzosamente mejor o peor, y estoy lejos, muy lejos, de mirar admirativamente el siglo XXI, del mismo modo que no miro así el XX. Me hace gracia oír ese latiguillo de ‘¡y eso que estamos en pleno siglo XXI!’..., o, antes, en el XX, como si en otros siglos hubiera habido una humanidad bruta e inculta, borrando de paso el Renacimiento y la Ilustración. En cualquier caso, no soy optimista. La verdad es que no lo soy en casi nada. Pero habría que hablar de dos cosas: una es el cine que se rueda y otra el cine que se ve, en general. Si hubiera que regirse por esta última, mi opinión sería todavía peor porque hay una alarmante falta de creatividad y se proyectan muchas películas que ni siquiera deberían existir.
Hasta hace relativamente poco tiempo, en las películas había problemas humanos, en ellas salían personas de todas las edades, y ahora cada vez hay más efectos, menos personas auténticas —sólo estereotipos— y jovencitos y jovencitas a menudo descerebrados. Creo que se ruedan demasiadas películas pensadas sólo para el público de menos edad, quizá también porque los de mayor edad están dejando de ir al cine..., o han dejado de asistir a las salas de proyección, lo cual, bien mirado, casi es lógico, vista la oferta de las carteleras. Si, al contrario, hablamos del cine que se rueda, es cierto que todavía hay películas con interés, pero una buena parte de ellas no llegan a los cines españoles, y si llegan no alcanzan el reconocimiento que merecen. El público les vuelve la espalda, aunque eso mismo está sucediendo, como decía, con la literatura.
—Con más técnica que nunca y, como dice, con menos
creatividad que nunca.
—Claro. Estoy cansado ya de cine sobre cine, de citas y
homenajes, de ver escenas repetidas, de imitadores de gente —si, por ejemplo,
está de moda Tarantino, sólo desean imitar a éste—; estoy harto de la escena de
la ducha de Psicosis, que ya me pone
malo aunque Hitchcock no tenga la culpa de lo que sucede, o de la frase final
de Con faldas y a lo loco, que tantos
citan con ánimo de hacerse el gracioso... Es algo enfermizo, como los
imitadores de Groucho Marx o de Chaplin. Me dan ganas de gritar: ¡eso ya está
creado, eso ya lo han hecho antes y mejor, ya vale de imitar, por qué no
inventan algo nuevo!
—¿En qué se ha convertido el llamado séptimo arte? ¿Cuál
es el error en el que incide el cine actual?
—El cine se ha convertido en otra cosa, y en ello han
influido muchísimos factores. Aclaro que estoy hablando del cine llamado
comercial, el que se proyecta en las pantallas, el que más se alquila y se
vende en los videoclubes. Ahora es algo así como una especie de juego cinéfilo,
cargado de autoreferencias, o un producto ligero, lleno de efectos especiales
que no están al servicio de los personajes sino de una determinada concepción
del espectáculo, que cada vez está más infantilizado. Se ha vuelto a la barraca
de feria, aunque sea aparentemente más sofisticada. Hay una alarmante falta de
creatividad. A esto podría aplicarse una frase de Karl Krauss: «en estos
tiempos la humanidad yace sin vida junto a unas obras cuya invención le ha
costado tanta inteligencia que ya no le queda resto de ella para manejarlas».
—Entre tanta fenomenología de pantallas, ¿cómo cree que es la mirada del espectador del nuevo milenio?
—Ha cambiado mucho el perfil del aficionado y la forma de ver cine. El espectador actual ha nacido, y se desarrolla, a la luz de los formatos caseros, sean el vídeo o el DVD, y eso le ha condicionado. Lo que me llama la atención es la falta de interés general que despierta la obra de cineastas como, por citar unos nombres conocidos, Max Ophüls, Jacques Becker, Ingmar Bergman, Robert Bresson... Pocos irían a ver sus films a las salas de proyección si en ocasiones se exhibieran en éstas, igual que quienes compran libros sólo recurren a los títulos de moda o a esos que les están metiendo por los ojos...
—Entre tanta fenomenología de pantallas, ¿cómo cree que es la mirada del espectador del nuevo milenio?
—Ha cambiado mucho el perfil del aficionado y la forma de ver cine. El espectador actual ha nacido, y se desarrolla, a la luz de los formatos caseros, sean el vídeo o el DVD, y eso le ha condicionado. Lo que me llama la atención es la falta de interés general que despierta la obra de cineastas como, por citar unos nombres conocidos, Max Ophüls, Jacques Becker, Ingmar Bergman, Robert Bresson... Pocos irían a ver sus films a las salas de proyección si en ocasiones se exhibieran en éstas, igual que quienes compran libros sólo recurren a los títulos de moda o a esos que les están metiendo por los ojos...
—¿Qué opina de que todavía existan los Cine-Clubes? ¿Qué
valor le merece la fórmula?
—Me parece una fórmula, por así llamarla, válida, vigente.
Antes cumplían una tarea y ahora pueden cumplir otra relacionada con esas
carencias a las que he apuntado. El problema, mucho me temo, es que pocos
espectadores de hoy quieren educarse cinematográficamente..., y confieso que
tengo serias dudas de que quieran educarse también en otros aspectos; sólo hay
que ver —y vuelvo a mi terreno personal— los libros que leen.
—Un recuerdo personal de una película vista en un
Cine-Club...
—Que sean dos. Vi Une vie, de Alexandre Astruc, adaptación de una novela de
Maupassant, precisamente cuando acababa de leer un artículo sobre la puesta en
escena escrito por ese cineasta francés, del que hoy ya nadie parece acordarse,
y me pasé toda la proyección tratando de ver en la película las cosas que
apuntaba en su escrito..., algo así como confrontar la teoría y la práctica.
Otra fue Un rey en Nueva York, de
Chaplin, y recuerdo que me molestó que, en el coloquio, un hombre se dedicara a
hablar mal de la película porque, según él, Chaplin sólo era auténtico y
‘bueno’ cuando tenía como personaje a su clásico vagabundo. Yo le contesté que
la visión del mundo que tenía Chaplin seguía estando en el film aunque éste no
estuviera protagonizado por el habitual vagabundo. Creo que no le sentó muy
bien, porque me miró de una forma extraña, si bien no dijo nada más. /CARLOS GURPEGUI