Muy pocos realizadores consiguen en el escaso tiempo del cortometraje invitar a un muestrario íntimo y sincero de emociones. En tiempos de un cine para la sensación y el estímulo, especialmente evasivo, aparece Dos Segundos de Silencio con declarada intención de rescatar sentimiento y amor al cine. Para su director, Felipe Sanz, viene como anillo al dedo eso del corto como carta de presentación. En este caso, con su segundo trabajo se reivindica y postula con elegante humildad como toda una voz propia dentro de su generación de cineastas, exploradores e inconformistas, que con las mismas dosis de entusiasmo comienzan a mostrar ya sus carpetas de estilo. Estrenada en los Cines Palafox de Zaragoza, en la que ahora es su Sala 4, abierta en 1954, la pieza celebró su primer pase en un hábitat que forma parte de nuestro imaginario colectivo. Sanz hace buen cine porque primero ha sabido formarse a pulso de visionados, pero junto a su saber hacer y preocupaciones también se ha rodeado de unos equipos magníficos para comenzar a compartir su discurso —al menos sus dudas y preguntas— de honda calidad en forma y fondo, capaz de rivalizar con cualquier largometraje de nuestras pantallas.
Dos Segundos de Silencio tiene todo lo que se le exige a una buena película —un buen guión, un buen reparto y que esté bien contada—, pero aparte alberga la diferencia significativa del amor y del misterio, aderezado con suspense, así como con el delicatessen de la búsqueda y la innovación. El rescate del cine español es posible gracias a pequeños tesoros como éste. Narra una historia y va mucho más allá. Un viaje al interior. A los que nos gusta el cine puede tener ecos caprichosos al gusto de cada cual. Para mí al cine de Ken Russell y al de Orson Welles, y a la fotografía de Freddie Francis en El hombre elefante, en blanco y negro cual teclas de piano. Su protagonista, el enorme Jorge Clemente está sencillamente magnífico, sabiendo interpretar en cada momento los dictados y matices de Sanz, invitando a salir de las zonas de confort, el 'saber escuchar' en un spark de sólo dos segundos.
Dos Segundos de Silencio es un soplo de aire fresco, lírico, que muestra cómo es posible compartir los grandes temas con originalidad curiosa, otorgando protagonismo a los nuevos jóvenes de nuestro cine. La buena elección de casting se prolonga a Nadia de Santiago, reforzando con miradas y espacios la sugerente relación de pareja. La apertura al mundo interior del personaje de Jorge Clemente es la excusa perfecta para desarrollar los efectos más novedosos, en un pase donde el plus del 4K acerca a respiraciones, voces, ruidos, sonidos... de una forma todavía más poética. Como siempre, María José Moreno clava en segundos sus personajes apuntalando de verosimilitud cualquier relato, y cameos como el de Eva Magaña otorga acción y presencia escénica a los minutos de arranque.
El paso al color y la aparición shakesperiana del padre —con ecos indie en su revival—, ponen sorpresa, calor y broche a este trabajo, tan sincero como virtuoso, sobre la aceptación de uno mismo y de sus miedos, escritura que también sirve para visibilizar el talento en la partitura de Iván M. Lacámara. Sordo en su estreno, Beethoven no podía oír su 9ª Sinfonía. Al terminar el concierto creía que sus músicos habían dejado de tocar. Se dio la vuelta y vio sorprendido la sala aplaudiendo, puesta en pie. Los mejores deseos para Dos Segundos de Silencio. Si el relevo generacional viene por aquí, estamos, sin duda, en muy buenas manos. Del piano a la cámara, con la autoridad de Felipe Sanz. / © Carlos Gurpegui