Encuentros con José Luis Borau (1993-1995)


Yo quiero hacer una película a final de año que se llama ‘El niño nadie’. Ya he acabado el guión y la volveremos a presentar al Ministerio. Su título está sacado de un poema, de un villancico de Sánchez Ferlosio que dice “niño nadie, niño nada, niño no”. ¿Sabes lo que ocurre? Que hacer una película sobre todo en esta época, y no es por afán de no enrolarme con nadie ni por nadie, tienes que estar ilusionado y enamorado de la historia y eso tiene que ser una cosa que has inventado tú, una especie de fantasía privada tuya.

Yo hago las películas que creo no se han hecho y me gustaría hacer. Tampoco implica, como uno piensa, que es que son absolutamente nuevas, pero bueno. Entonces, ¿qué? Que yo no hago una película porque se lleven de esto o de lo otro. Hago la que yo querría ver, lo cual es una prueba horrorosa de egoísmo y, por lo tanto, siempre voy a mi aire. Eso lo he pagado en mi vida. Hacer una película no contracorriente, pero sí al margen de la corriente se paga. Además, vivimos un tiempo de catacumbas, porque ver el cine en la TV es como verlo en catacumbas. Los amantes del cine somos como los primeros cristianos, y eso es patético.

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Siempre que dejo un guión a medio hacer —he dejado muchos— cuando lo vuelvo a retomar al cabo de un año no me gusta nada, y tengo miedo de que esta historia que me gusta mucho si no la hago ahora quizá no la haga nunca, porque pasa el tiempo y envejecen las ideas y, sobre todo, las ganas.

Hace años, en el 68, hice una adaptación de Galdós. Me pasaron tales cosas que la película que tenía 45 minutos me la dejaron reducida a 22 y dije “nunca más trabajo en televisión”. En todos estos años he mantenido mi palabra. Yo iba a ser productor de ‘Celia’ y había hecho los guiones, pero la iba dirigir otro. Y luego, lo que siempre decía yo es que nunca haría adaptaciones ni películas históricas, y al final he hecho para televisión una adaptación que es histórica, o sea, ha sido todo contra mis principios.

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Ya sabes que probablemente se va a hacer la segunda parte de ‘Celia’ y, por una parte ha sido agradable, puesto ha tenido mucho éxito y en este sentido es gratificante. Lo que ocurre es que, claro, volver a trabajar ahora otros siete u ocho meses otra vez con los niños, la cigüeña... Todo tiene sus problemas y sus dificultades. Trabajar con la niña es una delicia. Fíjate, me he dado cuanta ahora que yo nunca había hecho películas con niños, y no hay personajes que sean niños en una película mía, cosa que la que no era consciente.

No he tenido ninguna técnica ni habilidad  para dirigir niños. Lo hubiera pasado muy mal si no fuera porque esta niña no es una niña normal, sino una niña mucho más madura y lista, a pesar de que no tenía experiencia tampoco, porque había hecho un anuncio o dos. Empezó el rodaje con siete años, justo como es Celia, porque en la primera página de Celia dice “ha cumplido la edad de la razón, tiene siete años”. Es como una personita que fue elegida entre setenta niñas que no se pueden poner ni en fila. La cosa más inocente del mundo que es que pasen unas filas de niñas delante de la cámara eso cuesta, sino horas, mucho mucho tiempo, porque cuando acabas de poner a las últimas, las primeras  ya se han cansado, se han aburrido y están llorando, llaman a su madre.

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Se da la circunstancia que nadie nos la puede quitar de que la primera película que se rodó en España fue en Zaragoza. Pero no solamente eso, que se puede considerar como un hecho fortuito, una casualidad. A lo mejor podría haber sido en las fallas valencianas, en la feria de Sevilla o sabe Dios dónde. Sino que, realmente, hay unos hechos que explican esa circunstancia.

No solamente se rodó aquí la primera y la segunda película —se suele olvidar, al cabo de una semana en el mismo sitio se rodó otra vez la película, ofreciendo por primera vez en el cine universal la reacción del público ante un rodaje— se reveló y proyectó en unos locales del paseo Independencia, sino que además se da la circunstancia de que los primeros empresarios de cine que hubo tanto en Madrid como en Barcelona eran aragoneses, los Gimeno y los hermano Belío. Es una coincidencia ya muy grande de datos, de fechas y de nombres que, realmente, tienen su sustancia.